40 HISTORIAS QUE JAMÁS CONTÉ / MARIO CORRADINI

156 páginas

14x20

ISBN 978-987-8465-69-2

“Mientras escribo este palabrerío”, nos dice Mario Corradini en uno de los versos de este libro, y, como no queriendo, nos sumerge en un mundo de múltiples idas y regresos, de la infancia a la actualidad, del barrio al mundo, del corazón a la piel. Y todo a través de poemas que podrían terminar siendo canciones, o que ya lo fueron para volverse al fin poemas. Lo que diferencia este palabrerío de otros palabreríos es esa lupa que Corradini pone tanto sobre los hechos como sobre las cosas, sobre los sentimientos e incluso sobre las hormigas, como nos confiesa haber hecho de pibe. Así es como Corradini se declara un muchacho de barrio que aprendió a mirar, me animaría a decir, sin más ayuda que su curiosidad. Un pibe que pasó de mirar pasar un tren a plantarse frente a un Picasso sin inmutarse, que no le teme a la metáfora de “Dios y los dados”, pero sin privarse del placer de hablarnos de José, el del quiosco. Todo sin hacer ningún alarde. Así nos lo hace saber: “ni siquiera me desmayaré de emoción / frente a un auténtico Picasso. / Soy, ante todo, / un tremendo ignorante / y desconozco las cuestiones trascendentes / las que agitan el alma de mis próximos prójimos. A la larga uno descubre que este encantador libro es como un juego, aunque tratándose de un músico de la categoría de Corradini, podríamos decir que es como un baile. Uno baila con él. Y él baila con uno. Vaya uno a saber. La certeza es que el muchacho de barrio sigue ahí, aprendiendo pero sin creérsela del todo, sabiendo pero sin aspavientos. Él lo dice así: “Y lo más grave del asunto / es que no me arrepiento de mi burrismo mundano / sino que lo abono en diarias cuotas / de pretendida indiferencia. / Compréndanme: / se precisa coraje para quedarse quieto / y ver pasar la vida como un río”.

Javier Chiabrando

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“Mientras escribo este palabrerío”, nos dice Mario Corradini en uno de los versos de este libro, y, como no queriendo, nos sumerge en un mundo de múltiples idas y regresos, de la infancia a la actualidad, del barrio al mundo, del corazón a la piel. Y todo a través de poemas que podrían terminar siendo canciones, o que ya lo fueron para volverse al fin poemas. Lo que diferencia este palabrerío de otros palabreríos es esa lupa que Corradini pone tanto sobre los hechos como sobre las cosas, sobre los sentimientos e incluso sobre las hormigas, como nos confiesa haber hecho de pibe. Así es como Corradini se declara un muchacho de barrio que aprendió a mirar, me animaría a decir, sin más ayuda que su curiosidad. Un pibe que pasó de mirar pasar un tren a plantarse frente a un Picasso sin inmutarse, que no le teme a la metáfora de “Dios y los dados”, pero sin privarse del placer de hablarnos de José, el del quiosco. Todo sin hacer ningún alarde. Así nos lo hace saber: “ni siquiera me desmayaré de emoción / frente a un auténtico Picasso. / Soy, ante todo, / un tremendo ignorante / y desconozco las cuestiones trascendentes / las que agitan el alma de mis próximos prójimos. A la larga uno descubre que este encantador libro es como un juego, aunque tratándose de un músico de la categoría de Corradini, podríamos decir que es como un baile. Uno baila con él. Y él baila con uno. Vaya uno a saber. La certeza es que el muchacho de barrio sigue ahí, aprendiendo pero sin creérsela del todo, sabiendo pero sin aspavientos. Él lo dice así: “Y lo más grave del asunto / es que no me arrepiento de mi burrismo mundano / sino que lo abono en diarias cuotas / de pretendida indiferencia. / Compréndanme: / se precisa coraje para quedarse quieto / y ver pasar la vida como un río”.

Javier Chiabrando