EN / LILIANA CORREDERA

14x20

63 páginas

ISBN 978-987-8465-89-0

Escribir sin contar es como vivir sin vida. Las palabras serán inocentes pero no su relación. El contador traza una columna del “debe” y otra del “haber” y en la última anota los silencios que supo conseguir. Con las caras de una palabra quisiera hacer piedras y mirarlas todas hasta el fin de mis días. Esas caras siempre tienen otras fugitivas de la boca. Morder la piedra, entonces, es la tarea del poeta, hasta que sangren las encías de la noche. En esa noche navegará sin rumbo fijo, desconfiado de todo, en especial de si, mirando espejos que cantan como sirenas que no existen.  El poeta se atará al palo mayor de su ignorancia para no caer en sí mismo, sino en otro país de aventura mayor, muerto de miedo y vivo de esperanza. Solo el dolor lo unirá muertovivo al vacío lleno de rostros y verá que ninguno es el suyo. Y todos serán libres.

El atado, Juan Gelman, Valer la pena

La adolescencia inauguró mi escritura en una Bahía Blanca demasiado opresiva. El tren a Buenos Aires me llevó a un paisaje urbano multifacético, controvertido. Ahí hicimos la familia, enseñé literatura, leí con hambre. El lenguaje me propuso poesía. Acepté. Sigo en busca de lo que esconde.

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Escribir sin contar es como vivir sin vida. Las palabras serán inocentes pero no su relación. El contador traza una columna del “debe” y otra del “haber” y en la última anota los silencios que supo conseguir. Con las caras de una palabra quisiera hacer piedras y mirarlas todas hasta el fin de mis días. Esas caras siempre tienen otras fugitivas de la boca. Morder la piedra, entonces, es la tarea del poeta, hasta que sangren las encías de la noche. En esa noche navegará sin rumbo fijo, desconfiado de todo, en especial de si, mirando espejos que cantan como sirenas que no existen.  El poeta se atará al palo mayor de su ignorancia para no caer en sí mismo, sino en otro país de aventura mayor, muerto de miedo y vivo de esperanza. Solo el dolor lo unirá muertovivo al vacío lleno de rostros y verá que ninguno es el suyo. Y todos serán libres.

El atado, Juan Gelman, Valer la pena

La adolescencia inauguró mi escritura en una Bahía Blanca demasiado opresiva. El tren a Buenos Aires me llevó a un paisaje urbano multifacético, controvertido. Ahí hicimos la familia, enseñé literatura, leí con hambre. El lenguaje me propuso poesía. Acepté. Sigo en busca de lo que esconde.